Comenzamos nuestro
recorrido en la Plaza de Santa María en la localidad de Cazorla a
800 metros sobre el nivel del mar.
Omnipresente Castillo de
la Yedra, protegiendo la localidad que aún duerme.
Las desiertas calles
invernales nos llevan al inicio del sendero.
El hielo nos acompañó
desde los primeros pasos.
La vegetación adaptada a
las bajas temperaturas. La vida siempre se abre camino, en cualquier lugar y situación.
Los primeros centenares
de metros discurren siguiendo el cauce del río Cerezuelo. Naturaleza
viva y pura, muestras del deshielo camino arriba, nuestros pasos
ponen rumbo fijo a la cumbre ¿llegaremos?
Un tramo de muy dura
subida nos lleva hasta esta especie de vivienda construida bajo la
roca.
Una de las innumerables y
preciosas postales de Cazorla.
Continuamos avanzando,
ascendiendo y dejando a nuestra espalda la Ermita de San Sebastián.
Tras una hora
aproximadamente comenzamos a sentir la montaña.
Para entrar en contacto
con la auténtica naturaleza es necesario caminar hasta lugares como
este.
Al fondo del valle parece
despertar el bello pueblo llamado Cazorla, como este maravilloso
Parque Natural.
Desde el Mirador Riogazas
vemos los restos del Castillo de las Cuatro Esquinas. Muy
posiblemente una atalaya en relación relacionada directamente con el
entramado defensivo cuyo núcleo principal era el Castillo de la
Yedra.
Desde el mismo mirador,
girando la cabeza a la derecha la impresionante Peña de los
Halcones.
Al fondo, sobre la
ladera, hace su tímida aparición, la Ermita de la Virgen de la
Cabeza. Sobrecoge el silencio absoluto, roto tímidamente por el
lejano rumor de una cascada.
Aún restan más de
cuatro kilómetros, y la mayoría hacia arriba.
Para llegar a la cumbre
tuvimos que atravesar pequeños bosques como este.
Avanza el día, nos
abandona el frío y el Sol comienza a picar.
Poco a poco, pasito a
pasito, pero sin dejar de ascender.
¡ufffffffffffffff!
Abrevando como un humano
cualquiera.
Aunque el camino parece
desaparecer de cuando en cuando, está muy bien señalizado con
balizas como esta.
En tramos como este me
sentí como un auténtico peregrino de la Edad Media, cuando el
bosque cubría la mayor parte de Europa.
Atravesamos silenciosos,
sombríos y húmedos bosques, suelos empantanados, en las zonas de
más umbría, el agua se torna hielo.
A partir de este punto,
comienza la subida en serio. A una hora de llegar a la cumbre, la
vista es todo un espectáculo.
Los altos árboles
desaparecen. Hierbas, matorrales y rocas jalonan el camino.
El camino se va
endureciendo y vamos notando la fatiga en las piernas.
Los grandes roquedales
ocupan el lugar de los bosques.
Al fondo, y nevado, se
nos aparece nuestra meta, el Gilillo.
La nieve y el hielo hacen
su aparición, añadiendo más encanto (y cierta dificultad) a la
ruta
Feliz como un niño
pequeño.
Mi chica es todoterreno.
Refugio forestal.
Paisaje sobrecogedor.
...y tres horas y media
más tarde, por fin alcanzamos el puerto del Gilillo, a unos 1778
metros sobre el nivel del mar.
La provincia de Jaén a
vista de pájaro.
Pero nosotros seguimos
ascendiendo. Volvemos a la montaña, de nuevo ponemos nuestras
fuerzas al servicio del esfuerzo, y decidimos despedirnos de esta
manera del Parque Natural.
El titánico esfuezo
merece la pena.
Sublime la belleza del
entorno que nos rodea, no se puede describir, hay que subir hasta
aquí, sufrir el camino, hacerte libre en lo más alto y sentirte
dentro de ti mismo.
Tras un descanso para
reponer fuerzas, comimos “pan del camino”, iniciamos el descenso
por la misma cara que ascendimos. La zona opuesta, por la que
pretendíamos volver, estaba impracticable por la nieve y el hielo.
El crepúsculo nos
sorprendió en plena bajada.
Ocho horas más tarde, y
con unos 27 kilómetros en las piernas, por fin llegamos a casa, con
la satisfacción de haber cumplido nuestro objetivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario