Una vez culminada nuestra visita
a la espiritual ciudad de Asís, cambiamos totalmente de tercio para dirigirnos
a otro país, sí, otro país, el quinto estado más pequeño del mundo y la
República Democrática más antigua de la historia moderna (por supuesto en la
historia la primera fue la república romana), la Serenissima República de San
Marino. De acuerdo con la tradición, fue fundada en el 301 d.C. por un cantero
llamado Marinus el Dalmata, posteriormente San Marino, que huía de la política
anticristiana del emperador Diocleciano. Dio a parar a esta pequeña montaña
fundando allí una comunidad cristiana. La propietaria del terreno, vecina de
Rimini, lo dejó en herencia a esta comunidad que consiguió mantener su
independencia y aumentar el territorio a pesar de las luchas entre las familias
de los Rimini y los Montefelto por el derecho a este patrimonio. Finalmente,
Napoleón Bonaparte la reconoce como estado en 1797 y, siguiendo el ejemplo de
Francia, en 1815 es reconocida por otros países europeos en el Congreso de Viena.
. . .situada en un enorme risco, sin ninguna otra montaña en kilómetros a la redonda, San Marino es la República más antigua de Europa, fundada por un santo de idéntico nombre (hay que ver lo gusta un santo en estas tierras) y uno de los estados más pequeños del mundo . . . supongo que la parte más alta es la capital y las casas y residenciales que pueblan las laderas de la montaña serán las provincias . . .
Cuando entras a San Marino eres
recibido con una curiosa y alentadora frase “Bienvenuto a la antica Terra della
Libertá”, es decir, “Bienvenido a la antigua Tierra de la libertad” y desde
luego, tras dar un paseo por sus calles, una se da cuenta de que debió ser hace
tiempo la tierra de las libertad pero que desde luego, en este momento, es
uno de los lugares más esclavos que he visitado nunca, me refiero a esclavo del
consumismo. El lugar está repleto de tiendas y de mil y un “museos” que venden
todo lo habido y por haber. Más que a la libertad me recordó a los zocos y los
bazares de Marruecos en el que los tenderos te llaman la atención por la calle
para que entres a sus tiendas y te ofrecen artículos rebajando su precio cada
vez más hasta que giras la cara y muestras el más mínimo interés.
. . . la República de San Marino nos recibe bajo el lema "Antica Terra della Libertá", una hermosa leyenda, si así lo queremos, pero utópica, por que en realidad San Marino está vendida o atrapada (según se prefiera) por las despiadadas cadenas del capitalismo . . . una auténtica pena. . .
La verdad es que San Marino es una ciudad bonita, con unas vistas espectaculares y trazado de calles muy interesante, sin embargo, con todo lleno de tiendas y gente comprando y consumiendo por todos lados, a mi modo de ver, pierde todo el encanto. Ni que decir tiene, que no compré absolutamente nada en la ciudad del consumismo. Por suerte, habíamos comido antes por el camino una típica comida italiana de las nuestras…
Tras la visita, continuamos nuestro camino hacia Bolonia, ciudad universitaria por excelencia. En realidad, nuestro interés por Bolonia era puramente logístico, es decir, era una parada adecuada para seguir nuestro camino hacia el Veneto y poder visitar Verona, Padua y, por supuesto, la incomparable Venecia. No obstante, aprovechamos para dar un paseo y para reafirmar nuestra creencia de que no es buena idea comer en restaurantes con servicio en mesa en este maravilloso país, Italia.
. . . Bolonia, ciudad universitaria por excelencia, sus calles porticadas invitan a pasear, sus aceras debajo de soportales, frescos en verano, separa al viandante de coches y carreteras. . . una urbe dinámica y animada por las típicas pizzerias, heladerías y trattorias . . .
Llegamos a Bolonia sobre las siete de la tarde pero tardamos más de lo habitual en encontrar el alojamiento debido a que las indicaciones sobre dónde se encontraba eran bastante imprecisas, claramente con el fin de confundir al cliente y hacerle pensar que se encontraba en pleno centro cuando, en realidad, estaba unas calles “más allá”. Tras hablar con nuestro anfitrión y situarnos en el plano, llegamos a la casa de este “personaje” que nos recibió asando pimientos. No hablaba ni papa de otro idioma que no fuera italiano, y éste, además, era bastante cerrado. Nos preguntamos si nos invitaría a cenar pimientos, pero finalmente nos indicó que ese no era el alojamiento, sino que estaba en un piso en el edificio contiguo. El sitio estaba bastante bien, aunque el tío era un poco “geta”. En la reserva ponía que podías pagar con tarjeta y que incluía el desayuno, pues bien, ni una cosa ni otra. Es más, quería hacernos ver que nos hacía un favor poniéndonos un café y un corneto (posteriormente descubrí que se trataba de un croisant, pero no tan deliciosos como los franceses) hasta que le indiqué que en la reserva ponía desayuno incluido (en mi italiano “macarrónico”, claro está) y entonces disculpándose dijo que era cierto, aunque al final nos puso el mismo café y una magdalena un poco seca.
Cuando dejamos las mochilas fuimos a dar una vuelta por la ciudad, lo más interesante es darse una vuelta por el centro y ver la Piazza Maggiore, que es bastante bonita, con su fuente de Neptuno. Lamentablemente cuando fuimos había un ciclo de cine al aire libre y la mitad de la plaza estaba ocupada con una enorme pantalla y un montón de sillas plegables.
. . . el rincón más bonito de Bolonia, la Piazza Maggiore y la Piazza dei Neptuno, que se encuentran prácticamente unidas. . . los Palazzos, las Torres y los Callejones se apiñan en torno a estas dos plazas . . .
También nos pareció interesante visitar la primera Universidad de Europa, su primera sede está en un edificio conocido como el Archigimnasio.
. . . esta bella ciudad alumbró la primera Universidad de Europa, durante la incomprendida "Edad Oscura" . . . este edificio llamado Archiginnasio fue una de sus primera sedes . . .
Como he mencionado anteriormente, quería comentaros mi experiencia con los restaurantes italianos en su país natal. Yo, no se si por ser mujer o por mi propia forma de ser, soy de natural caprichosa, y aunque mis caprichos suelen ser simples y fáciles de satisfacer, a veces son totalmente inútiles. Pues bien, como este día no habían sobrado 30 eurazos de nuestro presupuesto de 50 € porque no habíamos pagado entradas de nada, se me antojó ir a cenar a un restaurante a probar una salsa que me apasiona, la bolognesa. A pesar de la insistencia de mi chico advirtiéndome de que se me indigestaría la comida al ver lo que te cobran en la cuenta por nada (léase: cubierto, servicio en mesa y otras tantas memeces), me empeñé en cenar en un restaurante. Resultado, una comida mediocre, una cuenta de 26€ por dos plastos sencillos de pasta y una botella de agua, de los cuales 8€ provenían de esta “nada”. Moraleja: mi chico tenía razón y se me indigestó la comida. Afortunadamente aún nos quedaba 4€ para comprarnos un helado típico italiano que es barato, está riquísimo y todo lo cura.
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